En Washington, los presidentes pasan. . .
pero Conchita se queda



Por Michaëla Caricela-Kieffer
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Agence France Presse
EEUU-curiosa, Prey

WASHINGTON, Set 15 (AFP) - No hay un dia en el que su silueta rnenuda, enmarcada entre dos carteles contra "las armas de destrucción masiva", no sea visible a 50 metros de la Casa Blanca: desde hace 20 aflos, Concepcián Martin Piccioto, 'Conchita', vive en la acera, desde donde expone incansablemente sus ideas.

Esta indigente de unos sesenta años ha sido la impertinente vecina de Ronald y Nancy Reagan, George y Barbara Bush y de Hillary, Chelsea y Bill Clinton, y desde su condición de vagabunda militante espera hacer tomar conciencia a los presidentes y los ciudadanos sobre los peligros que acechan.

"El mundo entero debe saber. No abandonaré jamas este sitio", explica esta española naturalizada norteamericana, de piel brunida y una enorme peluca fabricada por un amigo para "protegerla".

"Las armas nuceares. Hiroshima. La corrupción de los dirigentes", el estado del mundo. Cochita repite incansablemente los mismos temas a los japoneses, israelIes, monjes tibetanos o cualquier turista que viene a ver la casa del hornbre más poderoso del mundo y se encuentran de paso con esta extraña mujer.

"?De donde es usted? ?Brasileño?", pregunta, mientras alcanza un folleto en la lengua apropiada. "No necesitamos aprovecharnos de las catástrofes (. . .) ni de las guerras", explica a japoneses muy interesados por la fotos de las vIctimas de Hiroshima, colocadas sobre uno de los paneles.

Pero Conchita no se interesa por la eleccidn presidencial, ni aunque de los comicios salga quien será su nuevo 'vecino' : "Todos son iguales, incluso Ralph Nader", el candidato de los verdes: "Corruptos", asegura.

Antes, esta mujer trabajó "como intérprete para Naciones Unidas y para la of icina comercial de la ernbajada espafiola", dice.

En Nueva York, Salvador Betancourt, un colega de la embajada española, se acuerda de ella: "Llegd en 1966 como recepcionista, era un chica muy seria, bien puesta y eficaz", que entonces no se interesaba por los problemas mundiales.
En 1981, un divorcio doloroso la obligó a cambiar radicalmente su vida e instalarse en la calle, en el 1600 de la Pennsylvania Avenue, de donde se niega a partir.
"Ella se queda al menos 16 horas por dIa", confirma un policla. "En virtud del cddigo de reglamentos federales (. . .), ella tiene derecho a quedarse, si respeta ciertas reglas", explica.

Los colegas del policIa, apostados en los alrededores, ya ni siquieran miran a esta militante, aunque Conchita insiste. "Estoy aquI como Juana de Arco: esto es muy duro, pero hay que seguir adelante", señala.

Por la noche, Conchita ye las luces de la fuente y del jardIn presidencial encenderse una a una hacia las 11, luego duerme entre sus afiches, sobre una plancha bamboleante, mitad sentada, mitad acostada, "porque no se puede hacer camping" frente a la Casa Blanca. Segiln ella, ningdn presidente La ha venido a saludar jamás.

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